“Mas el fruto del
Espíritu es amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, TEMPLANZA;
contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5:22-23 RV)
Finalmente hoy veremos el último de los 9 Frutos
del Espíritu de los que el Apóstol Pablo escribe a la iglesia que esta en
Galacia.
Hoy estudiaremos la TEMPLANZA como un fruto del
Espíritu Santo de Dios.
La palabra TEMPLANZA se traduce del original en
griego “enkrateia”, que significa
específicamente DOMINIO PROPIO.
De aquí derivamos que se debe tener TEMPLANZA o
DOMINIO PROPIO para dominar, controlar, sujetar a nuestra voluntad, nuestras acciones, para no transgredir, ni pecar,
ni herir, ni ofender, ni cometer iniquidad.
San Pablo apoya esta condición de nuestra
voluntad, al expresar que “todo nos es lícito hacer, pero no todo conviene
hacerlo” (1 Corintios 10:23).
Pablo también explica que el
DOMINIO PROPIO o TEMPLANZA es la autodisciplina que nos imponemos para alcanzar una meta que nos hayamos puesto: “Todos
los atletas se entrenan con disciplina. Lo hacen para ganar un premio que se desvanecerá,
pero nosotros lo hacemos por un premio eterno.” (1 Corintios 9:25)
La palabra griega traducida “templanza” en 2 Pedro 1:6 [“al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la
perseverancia, piedad,”], en la versión inglesa King James tiene un significado
mucho más profundo que el que normalmente se le asigna a ese término.
Usualmente la palabra “templanza” se aplica a los hábitos de moderación con
referencia al comer y beber. No cabe duda de que éste es parte de su
significado, pero el sentido en el griego es mucho más amplio. De hecho, la
palabra griega empleada por el inspirado apóstol significa propiamente “DOMINIO PROPIO” (como en la versión española Reina-Valera), y transmite la idea de uno
que tiene el dominio de sí mismo de forma habitual, y que sabe gobernar el
'yo'.
Ejercer el dominio de uno mismo es, en efecto, es una
virtud extraordinaria y admirable, la cual nuestra la presencia y acción del
Espíritu de Dios sobre toda nuestra vida, nuestro carácter y nuestra conducta
individualmente hablando. Esta gracia no sólo afecta directamente a uno, dos o
veinte de nuestros hábitos egoístas, sino que ejerce su efecto sobre el 'yo' en
toda la gama y variedad de ese tan amplio y odioso término. Más de uno que
miraría con orgulloso desdén a un glotón o a un borracho, puede él mismo faltar
a toda hora de manifestar la gracia del DOMINIO PROPIO. Ciertamente, los
excesos en la comida y la bebida deben ser clasificados junto con las formas
más viles y degradantes de egoísmo. Deben ser considerados como parte de los
frutos más amargos de este árbol tan extendido del 'yo'. El 'yo', en efecto, es un
árbol, y no solamente la rama de un árbol ni el fruto de una rama, y nosotros
no sólo debemos juzgar el 'yo' cuando está activo, sino controlarlo para que no
actúe.
Puede que alguno pregunte: «¿Cómo puedo controlar el 'yo'?»
La respuesta es simple: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). ¿No hemos obtenido la salvación en
Cristo? Sí, gracias a Dios, la hemos obtenido. ¿Y qué incluye esta situación
maravillosa? ¿Es simplemente la liberación de la ira venidera? ¿Es meramente el
perdón de nuestros pecados y la seguridad de estar librados del lago de fuego y
azufre? Por más preciosos que fueren estos privilegios, la “salvación” abarca
mucho más que todo ello. En una palabra, la “salvación” implica una plena
aceptación de Cristo con mi corazón, como mi “sabiduría” para guiarme fuera de
la oscuridad de la insensatez y de los caminos torcidos, hacia los caminos de
luz y de paz en El; como mi “justicia” para justificarme delante de un Dios
santo; como mi “santificación” para hacerme literalmente santo en todos mis
caminos; y como mi “redención” para darme liberación final de todo el poder de
la muerte, y entrada en los campos eternos de gloria (1Corintios 1:30).
Por eso, es evidente que el “DOMINIO PROPIO” está
incluido en la salvación que tenemos en Cristo. Es el resultado de esa
santificación práctica de que nos ha dotado la gracia de Dios. Debemos de
vigilar con cuidado del hábito de tener una visión estrecha de nuestra
salvación. Debemos procurar entrar en toda su plenitud. Es una palabra que se
extiende desde la eternidad hasta la eternidad y abarca, en su poderoso
barrido, todo los detalles prácticos de la vida diaria. No tengo ningún derecho
de hablar de salvación de mi alma en el futuro mientras rehúse conocer y
manifestar su influencia práctica en mi conducta en el presente. Somos salvos,
no sólo de la culpa y la condenación del pecado, sino que ahora tenemos el poder, la práctica y
el amor de él en toda su plenitud. Estas cosas nunca deben separarse; y ninguno que
ha sido enseñado en cuanto al significado, magnitud y poder de esa palabra preciosa
—salvación—, lo hará.
Consideremos ahora unas observaciones prácticas sobre el tema del DOMINIO PROPIO, lo haremos mediante los tres puntos siguientes:
a) Los pensamientos,
b) La lengua.
c) El temperamento.
Doy por sentado que me estoy dirigiendo a personas con
una relación personal con Cristo, porque es la única manera en que se puede
entender la Biblia, y si no la tienes, no
olvides lo que dice: “Cree en el Señor Jesucristo, y
serás salvo tú y tu casa” (Hechos 16:31). Pon tu entera confianza en Él y estarás tan
seguro como Él mismo lo esta.
a) En primer lugar, trataremos acerca de nuestros pensamientos y del control que
habitualmente debemos ejercer sobre ellos. Supongo que casi no existen
cristianos que no han padecido pensamientos perversos (y los que no, tal vez porque están en
‘estado de coma’); esos intrusos y molestos que aparecen en nuestra más
profunda intimidad, perturbando continuamente el descanso de nuestra mente, y
que tan frecuentemente oscurecen la atmósfera alrededor de nosotros y nos
privan de mirar hacia arriba con una vista clara y plena hacia el cielo luminoso. El
salmista podía decir, “Los pensamientos vanos
aborrezco” (Salmo 119:113). Son verdaderamente aborrecibles y deben ser juzgados,
condenados y desechados. Alguien, hablando del asunto de los malos
pensamientos, dijo: «Yo no puedo
impedir que los pájaros vuelen sobre mí, pero sí puedo evitar que se posen en
mí.» Asimismo, no puedo evitar que los malos pensamientos surjan en
mi mente, pero sí puedo impedir que se alojen en ella.”
Pero ¿cómo podemos controlar nuestros pensamientos? No
más de lo que podríamos borrar nuestros pecados o crear un mundo. ¿Qué
deberíamos hacer? Mirar a Cristo. Éste es el verdadero secreto del DOMINIO PROPIO. Él puede guardarnos, no sólo de que se alojen malos pensamientos, sino
también de que los tales surjan en nuestra mente. Nosotros no podríamos prevenir lo uno
ni lo otro. Él puede prevenir ambas cosas. Él puede evitar no sólo que los
viles intrusos entren, sino que también
golpeen a la puerta. Cuando la vida divina de santidad está en actividad,
cuando la corriente de pensamiento y sentimiento espiritual es profunda y
rápida, cuando los afectos del corazón están intensamente ocupados con la
Persona de Cristo, los vanos pensamientos no vienen a atormentarnos ta
fácilmente. Sólo cuando nos dejamos invadir por la indolencia espiritual, los
malos pensamientos vienen sobre nosotros. Entonces nuestro único recurso es
fijar nuestros ojos en Jesús. Podríamos también intentar combatir contra las
organizadas huestes del infierno, así como contra una horda de malos
pensamientos. Mas nuestro refugio es Cristo. Él ha sido hecho para nosotros
“santificación”. Podemos hacer todas las cosas por medio de Él. Sólo tenemos
que llevar el nombre de Jesús contra el diluvio de malos de pensamientos, y Él
dará con toda seguridad una plena e inmediata liberación.
“Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta
contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se
someta a Cristo.” (2Corintios 10:5)
Sin embargo, el medio más excelente para ser preservado
de las sugerencias del mal consiste en estar ocupados con el bien. Cuando la
corriente del pensamiento fluye invariablemente hacia arriba, cuando es
profundo y perfectamente estable, sin ningún desvío ni lagunas, entonces la
imaginación y los sentimientos, que brotan de las profundas fuentes del alma,
fluirán naturalmente hacia adelante en el lecho de dicho canal. Éste es
indiscutiblemente el camino más excelente. ¡Ojalá que lo probemos en nuestra
propia experiencia! Usa esta parte de la carta a los Filipenses como filtro de tus pensamientos: “Por lo demás, hermanos, todo lo
que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en
esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto
haced; y el Dios de paz será con vosotros” (Filipenses 4:8-9). Cuando el corazón está
lleno de Cristo, habiendo incorporado de forma viva todas las cosas enumeradas
en el versículo 8, disfrutamos de una paz profunda e imperturbable frente a los
malos pensamientos. Éste es el verdadero dominio propio.
b) En segundo lugar, podemos pensar en la lengua, ese
miembro influyente tan fructífero para el bien como para el mal, el instrumento
con el que podemos proferir acentos de dulce y tierna simpatía, o palabras de
amargo sarcasmo y de ardiente indignación. ¡Qué importancia enorme tiene la
gracia del DOMINIO PROPIO en su aplicación a tal miembro! Graves daños,
irreparables con el tiempo, puede causar la lengua en un instante. Palabras por
las cuales daríamos el mundo para que fuesen borradas, puede proferir la lengua
en un momento de descuido. Oigamos lo que el apóstol dice sobre este asunto:
“Todos fallamos mucho. Si alguien
nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz también de controlar
todo su cuerpo. Cuando ponemos freno en la boca de los caballos para que nos
obedezcan, podemos controlar todo el animal. Fíjense también en los barcos. A
pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan
por un pequeño timón a voluntad del piloto. Así también la lengua es un miembro
muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué
gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego,
un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y,
encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida.
El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal.” (Santiago 3:2-8 NVI).
El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal.” (Santiago 3:2-8 NVI).
¿Quién entonces puede controlar su lengua? “Ningún
hombre” es capaz de hacerlo, pero Cristo sí puede, y nosotros sólo tenemos que
contemplarlo a Él, con fe y pedirle al Espíritu Santo nos ayude a lograrlo.
Esto implica la conciencia y aceptación tanto de nuestra absoluta impotencia
como de Su plena suficiencia. Es absolutamente imposible que seamos capaces de controlar
la lengua. Es lo mismo que si intentáramos detener la marea del océano, los
ríos del deshielo o el alud de la montaña. ¡Cuántas veces, al sufrir las
consecuencias de alguna equivocación de la lengua, hemos resuelto ordenar a ese
miembro desobediente algo mejor la próxima vez, pero nuestras resoluciones
resultaron ser como el rocío de la mañana que se desvanece, y no tuvimos más
remedio que retirarnos y llorar por nuestro deplorable fracaso en el asunto del
DOMINIO PROPIO!
¿A qué se debió esto? Simplemente a que nosotros emprendimos
esta obra sobre la base de nuestras propias fuerzas o por lo menos sin tener
una conciencia suficientemente profunda de nuestra propia debilidad. Ésta es la
causa de nuestros constantes fracasos. Debemos aferrarnos a Cristo como un niño se
aferra a su madre. Esto no significa que el hecho de aferrarnos tenga algún
mérito en sí mismo; sin embargo, debemos aferrarnos a Cristo, pues ésta es la
única manera en que podemos refrenar la lengua con éxito.
Recordemos siempre
estas palabras solemnes y escudriñadoras
del mismo apóstol Santiago: “Si alguien se cree religioso pero
no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para
nada.” (Santiago 1:26). Son éstas palabras saludables para un tiempo
como el presente cuando tantas lenguas desobedientes y vanas palabras pululan
por doquier. Por esto Pablo en su carta a los Gálatas, explica claramente que
solo se podrá lograr como resultado de que el Espíritu Santo habite, more, viva
en nuestra vida y corazón
c) El tercer punto que vamos a considerar es el
temperamento o el carácter, el cual se halla íntimamente relacionado con la
lengua y con los pensamientos. Cuando la fuente del pensamiento es espiritual,
y la corriente celestial, la lengua es sólo el agente activo para el bien, y el
temperamento será calmado y apacible. Si Cristo mora en el corazón por la fe en
El, todo se halla bajo control. Sin Él, nada tiene valor. Yo puedo poseer y
manifestar calma como Sócrates, y al mismo tiempo ignorar por completo el
“DOMINIO PROPIO” de que habla el apóstol Pablo en Gálatas 5:23 y el apóstol
Pedro en 2Pedro 1:6.
Este último se funda en la Fe y la ayuda del Espiritu Santo; mientras que la calma
estoica de los sabios de este mundo se funda sobre el principio de la
filosofía: dos cosas totalmente diferentes. No debemos olvidar que se nos dice:
“Agregad a vuestra fe, virtud...” Esto pone a la Fe primero como el único
eslabón que nos vincula al corazón de y con Cristo, la fuente viviente de todo poder.
Teniendo a Cristo y permaneciendo en Él, somos hechos capaces de agregar a la fe “virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto
fraternal, amor”. Tales son los preciosos frutos que brotan como
resultado de permanecer en Cristo y por ende que el Espíritu Santo de Dios
habite en nuestra vida.
Pero yo no puedo controlar mi temperamento más que mi
lengua o mis pensamientos, y si me propusiera hacerlo, con toda seguridad
fracasaré a cada instante. Un filósofo sin Cristo puede que manifieste un mayor
dominio sobre sí mismo, sobre su carácter y sobre su lengua que un cristiano,
si éste no permanece en Cristo. Esto no tendría que ocurrir y no ocurriría si
tan sólo el cristiano considerara diariamente a Jesús. Sólo cuando falla en
este punto, el enemigo gana ventaja. El filósofo sin Cristo tiene un éxito
aparente en la obra tan importante del DOMINIO PROPIO, sólo que con esto, puede
este filósofo engañarse a si mismo pensando que no necesita a Dios en su vida,
y ser arrastrado precipitadamente a la perdición eterna. Satanás se deleita
cuando hace tropezar y caer a un cristiano, haciendo que el cristiano halle una
ocasión para blasfemar el nombre precioso de Cristo.
Finalmente
Pablo escribe: “…; contra
tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5:23b RV)
Si permites que el Espíritu Santo de Dios
desarrolle estos 9 frutos en tu vida y los aplicas a TODAS las circunstancias
en tu vida; la Palabra de Dios dice que “CONTRA
TALES COSAS NO HAY LEY”, y esto significa que NADA te podrá inculpar
de lo que hagas si lo haces como vivencia de los frutos del Espíritu Santo en tu
vida.
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