martes, marzo 20, 2012

¿Alguna vez has querido retroceder el tiempo por al menos unos cuantos minutos?

¿Alguna vez has querido retroceder el tiempo? Si tu respuesta es afirmativa, de seguro fue cuando te diste cuenta de que habías dicho algo que en tu sano juicio nunca lo hubieras expresado. Y si digo ‘en tu sano juicio’, es porque la única manera de que hayas dicho lo que dijiste, es porque no lo pensaste… lo hablaste literalmente sin meditar las consecuencias; bueno, ni siquiera pensaste si era verdad lo que dijiste, o como lastimaría a quien lo escuchara (o a lo mejor esto fue lo que te hizo decirlo).

Recuerdo que mi padre me enseño que todo lo que decimos, es como el abrir un saco de plumas en medio de un torbellino, no existe manera de recuperarlas todas cuando el ventarrón ha pasado. Por esto, es muy importante que lo que decimos, que cada pluma que sale de nuestra boca, además de llevar nuestro nombre y firma, también lleven nuestras palabras de aliento, animo y confort; y también de reprensión y extrañamiento, pero envueltas en amor. Consideremos lo que hablamos, como si estuviera siendo grabado en un iPod, y que será reproducido a cualquier persona del planeta que lo quiera escuchar. Piensa en TODO lo que has hablado en las últimas 24 horas de tu vida; ¿te imaginas si lo hubieran grabado?

“Abundan el oro y las piedras preciosas, pero los labios prudentes son una joya.” (Proverbios 20:15 RVC)

“El chismoso traiciona la confianza; no te juntes con la gente que habla de más.” (Proverbios 20:19 NVI)

Existe un refrán popular que dice: “Si tus palabras no serán mejor que tu silencio, entonces ¡quédate callado!”

Detrás de todo lo que decimos, existe la intenciónde nuestro corazón. Si tu intención es buena, aunque tengas que decir la más mala y devastadora noticia, la sazonaras con  amor, ternura y cuidado. ¿Te ha tocado notificar a los parientes de algún fallecimiento?, cuidas totalmente cada palabra, cada expresión facial, la entonación, porque quieres que sea lo menos traumante posible.

Y por lo contrario, ¿has estado en la posición de agredir con tus palabras a algún ser querido? De seguro me respoderas ¡que nunca!, ja, ja, ja… Pero tu y yo sabemos que si ha sucedido. Increíblemente a quienes más amamos, más herimos. A tus hijos, a tu cónyuge, a tus padres, a tus amigos cercanos. Un ejemplo de quedarnos callados lo vemos en la parábola del hijo prodigo; el hijo le exige a su padre la herencia que le corresponde, y luego se va de casa a gastarla tontamente… PERO el padre NUNCA le reclamo, no se enojo, nunca le levanto la voz ni se hizo el ofendido, solo lo despidió con los brazos abiertos y un beso, para con esto, pavimentarle el camino de regreso al hogar, porque el padre sabia muy bien que fracasaría y perdería todo.  

En tus ratos de meditación, imagínate en los zapatos, bueno en las sandalias del padre del hijo prodigo; ¿Qué le dirías a tu hijo?... je, je… mejor seria guardar silencio ¿o no?.

Salomón en pocas palabras nos esta exhortando a mantener la boca cerrada. Cuando lo que escuches que te dicen, o de lo que te enteras te causa una impresión tal que sientes que todo te da vueltas… que solo venga a tu mente: ¡NO HABLES!, y después de que la impresión se te haya pasado un poco, piensa muy bien tus palabras… y acuérdate del padre del hijo prodigo.   


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