Entrando al Lugar Santísimo

Para entrar al Tabernáculo de Moisés, con la intención de tener comunión profunda con Dios, primero cruzamos la Puerta del Tabernáculo, también llamada ‘CAMINO’, que es el símbolo de la reconciliación del hombre con Dios. Una vez dentro, nos acercamos al altar de los sacrificios, donde fuimos redimidos, y nos lavamos en la fuente de cobre, que es donde fuimos santificados. Seguimos avanzando y cruzamos la puerta para entrar al Lugar Santo, puerta que se fue llamada ‘VERDAD’; y que en el interior de este lugar hemos sido iluminados por la lámpara de aceite de 7 brazos, hemos sido satisfechos por los panes sobre la mesa y hemos exaltado a Dios con el incienso del altar; entonces procedemos a cruzar el velo que separa este lugar del Lugar Santísimo; velo que se le llamo “VIDA”, y detrás del cual se encontraba el Arca del Pacto y la presencia misma de Dios.

En el Lugar Santísimo, es donde nuestras expresiones verbales cesan, todo lo que pudiéramos decir audiblemente, se agota, y la impresión de Su presencia en nuestro espíritu es tan grande que quedamos pasmados, solo sintiendo su incomparable presencia. Su presencia es nuestra oración, y la oración es su presencia. Aquí, en este momento y lugar es donde se cumple la palabra:

“ yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí.”  (Juan 17:2 NVI)

En el Lugar Santísimo somos uno con Cristo, y como Jesucristo es uno con el Padre, entonces también nos hacemos uno con el Padre. En el lugar Santísimo no se necesitan las palabras, porque el Señor conoce hasta lo mas profundo de nuestro corazón, no necesitamos repetirle lo que le hemos dicho en el Lugar Santo, pues ¡ya lo sabe! Aquí también se cumple la Escritura: “orad sin cesar;” (1 Tesa. 5:17); porque nuestra respiración y el latir de nuestro corazón se convertirá en una oración de adoración a Dios. Su presencia es tan real, que todo tú ser; tu espíritu, alma y cuerpo lo notan, la siente y se deleitan y experimentaran una vivencia incomparable con Dios… aquí el tiempo pareciera que se detiene, el mundo a nuestro derredor deja de girar, y solo nos dejamos caer en la presencia misma de Dios. Pablo mismo vivió esta experiencia, al grado que no pudo definir si lo que vivió, lo que experimento o lo que sintió, fue en su espíritu o fue en su cuerpo físico también. 

“Conozco a un hombre que cree en Cristo, y que hace catorce años fue llevado a lo más alto del cielo. No sé si fue llevado vivo, o si se trató de una visión espiritual. Sólo Dios lo sabe.” (2 Cor 12:2 TLA)

El Apóstol San Juan en la isla de Patmos, escribe que cayó al suelo ante la presencia de Dios. El rey David también escribió en el libro de los Salmos la experiencia que tuvo al estar en la presencia misma de Dios, y escribió el salmo 91 y el 42, describió lo que sintió al estar en la presencia misma de Dios. Después de estar en Su presencia, al regresar a tu vida cotidiana, NO podrás ocultar que has pasado tiempo en el Lugar Santísimo, pues Su unción, que es su aroma, su perfume, ira contigo. Así como Moisés al descender del Sinaí, tuvo que cubrir su rostro; así como Jesús en el monte de la transfiguración le resplandecía su rostro; así como la sombra de Pedro sanaba a los enfermos; así habrán manifestaciones reales en tu vida, que muestren que has estado en la presencia de Dios en el Lugar Santísimo. ¿Alguna vez te han dicho “como me recuerdas a Jesús’?

Dedica tiempo suficiente para que puedas caminar desde las Puerta de entrada (Camino), pasar por la puerta del Lugar Santo (verdad) y atraviesa el velo que separa el Lugar Santísimo (vida)… ¡Ahí te esta esperando tu Señor!